El mantón de manila y el traje popular

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El mantón de manila y el traje popular

El mantón de Manila puede considerarse un claro ejemplo del influjo que ejercieron las modas burguesas en los trajes populares. En un principio, las damas de la nobleza y burguesía de los siglos XVIII y XIX acogieron con entusiasmo esta nueva prenda venida del Lejano Oriente, si bien estas mujeres, seguidoras fieles de la indumentaria impuesta por París en las que el mantón era desconocido, acabaron excluyéndolo de su guardarropa. Ellas prefirieron cubrirse con prendas por entonces de moda en Francia como los chales de Cachemira. Lo cierto, es que este complemento fue paulatinamente adoptado por las féminas de las clases trabajadoras, extendiéndose su uso a los distintos trajes regionales españoles. Por tanto, el mantón de Manila se convertirá en una prenda típicamente hispana, reproducida y repetida en los cuadros de los pintores más importantes de finales de siglo, como Joaquín Sorolla, Hermen Anglada Camarasa, Ramón Casas o Julio Romero de Torres. Todos ellos retratarán reiteradamente a la mujer española luciendo esta prenda.

Poco a poco, este aditamento fue perdiendo las señas de identidad de su origen asiático hasta convertirse en una de las más típicas vestimentas nacionales. De esta forma, podemos considerar el mantón de Manila como el resultado de una sorprendente adaptación entre la tradición China más inmemorial y uno de los más castizos atavíos españoles. Paradójicamente, esta prenda, originaria de una cultura oriental, terminó siendo un elemento sustancial del repertorio cultural hispano.

 Con la llegada a España de los primeros gusanos de seda importados de China, el mantón comenzó a tejerse en talleres de Sevilla donde se adaptó al gusto andaluz, con colores más vivos y decoración floral autóctona. De los animales, flores y escenas chinas se pasó a decorarlos únicamente con flores, en particular la rosa, en relación con la pasión de Cristo; las margaritas, que evocan la paciencia; el lirio, que remite a la pureza o el romero que representa la memoria. En relación al flecado, en nuestro país esta artesanía tradicionalmente se ha llevado a cabo en el pueblo de Cantillana (Sevilla), donde hay constancia de la existencia desde el siglo XIX de varios talleres que se dedicaban a la realización de enrejados de flecos de seda para los mantones.

Durante el periodo de la Regencia de Mª Cristina (1885-1902), el mantón de Manila llegó a su apogeo, siendo utilizado principalmente por las clases populares en las verbenas, paseos, corridas de toros y otros espectáculos públicos. Esta prenda pasó rápidamente a formar parte de la indumentaria de las “chulas” madrileñas. Para los días de fiesta y verbenas lucían el mantón de Manila realizado en crepé de seda y profusamente bordado.

Las mujeres andaluzas también adoptaron el mantón como parte fundamental de su indumentaria. El mantón pasó a formar parte de la indumentaria de las cigarreras andaluzas a finales del siglo XIX que se ataviaban con vestidos ajustados con faldas de volantes, mantón y abanico. Estos elementos se convertirán en las señas de identidad del vestido flamenco que actualmente ha quedado como el prototipo del traje andaluz, conocido en todo el mundo.

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